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jueves, 24 de diciembre de 2015

El monstruo blanco (Final)


Angie llegó y puso la cara que pone cuando me porto mal; ella sabe que soy un poquito traviesa, pero también supo que mi intención era cuidar de ellos. Volvió a abrazarme  y  dijo muy seria que yo no debía de tener miedo en casa porque nuestro hogar es el mejor lugar del mundo.
Me explicó que el árbol disfrazado que me dio tanto miedo es un símbolo de Navidad y que muchas familias ponen uno en su casa cuando todos se juntan, comparten una cena y los regalitos.
¡Yo me puse a llorar! ¡Mi intención era defenderlos! Angie volvió a abrazarme y pedirme que no llorara, porque no debíamos llorar en Noche Buena cuando todos estamos juntos. Así que alentó a los niños a ayudarla a levantar el árbol y arreglarlo de nuevo  para que se viera tan colorido como estaba.
El árbol de navidad quedó de pie después de un rato, un poco chueco, pero otra vez encendieron sus luces, y yo, ¡ya no le tuve miedo!
Al poco rato, empezaron a llegar los invitados; al recibirlos, los niños contaban una y otra vez que yo había derribado al árbol, y todos reían y me hacían cariños.
Pasamos una linda noche; ellos cenaron un delicioso pavo,  yo comí mis croquetas de pollo, y justo a la media noche empezaron a repartir los regalos. Angie me dio una cajita forrada con un papel brillante, me ayudó a abrirlo y adentro venían ¡dos pelotas y un hueso de plástico para jugar!
¡Guarf… guarf! ¡Guarf… guarf! ¡Ladré muchas veces para decirles que estaba feliz, que sentía mucho haber derribado el árbol y que la Navidad es muuuuuuy bonita!
¡Feliz Navidad! ¡Guarf, guarf!

 

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