Angie llegó
y puso la cara que pone cuando me porto mal; ella sabe que soy un poquito
traviesa, pero también supo que mi intención era cuidar de ellos. Volvió a
abrazarme y dijo muy seria que yo no debía de tener miedo en
casa porque nuestro hogar es el mejor lugar del mundo.
Me explicó que el árbol disfrazado que me dio tanto miedo es un símbolo de Navidad y que muchas
familias ponen uno en su casa cuando todos se
juntan, comparten una cena y los regalitos.
¡Yo me puse a llorar! ¡Mi intención
era defenderlos! Angie volvió a abrazarme y pedirme que no llorara, porque no
debíamos llorar en Noche Buena cuando todos estamos juntos. Así que alentó a
los niños a ayudarla a levantar el árbol y arreglarlo de nuevo para que se viera tan colorido como estaba.
El árbol de
navidad quedó de pie después de un rato, un poco chueco, pero otra vez
encendieron sus luces, y yo, ¡ya no le tuve miedo!
Al poco
rato, empezaron a llegar los invitados; al recibirlos, los niños contaban una y
otra vez que yo había derribado al árbol, y todos reían y me hacían cariños.
Pasamos una linda noche; ellos cenaron un delicioso pavo, yo comí mis croquetas de pollo, y justo a la
media noche empezaron a repartir los regalos. Angie me dio una cajita forrada con
un papel brillante, me ayudó a abrirlo y adentro venían ¡dos pelotas y un hueso
de plástico para jugar!
¡Guarf…
guarf! ¡Guarf… guarf! ¡Ladré
muchas veces para decirles que estaba feliz, que sentía mucho haber derribado el
árbol y que la Navidad es muuuuuuy bonita!
¡Feliz
Navidad! ¡Guarf, guarf!