Ayer quedó todo listo para Halloween, los disfraces de los niños y sus calabazas para pedir dulces. Yo no dejé que me pusieran el disfraz, ladré un poco para decirles que no me gusta.
Empezaron a platicar de la noche del día de brujas; de las fiestas, los disfraces y los cuentos de terror. Dijeron algo sobre una mujer que llora mucho por sus hijos, de un hombre que tiene colmillos y chupa sangre y de otro hombre que se hace lobo con la luna llena.
Justo en esa última historia, cuando empezaron a aullar como lobos, yo sentí mucho miedo, les empecé a ladrar para que se callaran, y como todos se rieron de mí, decidí irme al otro extremo de la casa para no escucharlos.
Cuando estaba solita, otra vez tuve miedo porque me acordé de los cuentos y mejor regresé a estar cerca de mi familia, pero eso sí, no dejé de ladrar; cuando me callaron, me quedé echada con mis patas intentando tapar mis orejitas para no oír nada. Creo que dio resultado, a los pocos minutos todos nos fuimos a dormir, yo volví a tener miedo cuando las luces se apagaron.
¡Guarf... guarf! ¡No me gustan los cuentos de terror!
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