Llegó Pulque, un perrito invitado a casa mientras consiguen que lo adopten. Él me dijo que ha vivido en la calle por muuucho tiempo, y que no se acuerda de su familia. Como estaba muy triste yo lo invité a jugar al jardín y corríamos detrás de mi pelota.
Él se detenía constantemente a rascarse. ¡Uy, creo que tienes pulgas! Le dije esperando que Angie non nos viera, porque segurito nos metía a bañar. Por ahí se asomó una de ellas para preguntarme a qué estábamos jugando.
Era una pulga muy rechoncha, muy colorada pero muy amable, solo que Pulque le dijo que a nada. La pulga se volvió a meter en el pelaje de mi invitado y él seguía rascándose cuando Angie se acercó.
Ya sabía que traías pulguitas, le dijo, te llevaré al doctor para que te den un bañito con medicamento. Yo me iba a reír y despedir de él, cuando siento que me abrazan y también me meten al carro. ¡Guarf...guarf! ¿yo porqué si me bañé hace poco? Pulque se puso contento de no ir solo al doctor, y Angie dijo que porque las pulgas se pegan, mejor nos bañarían a los dos.
Volvimos rato después bien limpios y sin pulgas a seguir jugando. Pulque estuvo conmigo varios días, y se convirtió en mi mejor amigo: pensé que se quedaría para siempre, pero le encontraron una familia muy amable que quiso adoptarlo.
Cuando se despidió, me dijo que estaba feliz de ser adoptado y que yo era su mejor amiga del mundo.... ¡Guarf... guarf!
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