Mientras jugaba en el jardín un perrito se acercó a mi casa. Pude olerlo, así que me puse atenta y salí con mucho cuidado. Era un perrito más grande que yo y dijo llamarse Cachito. Estaba asustado, con una patita herida. Dijo que no tenía casa.
¡Oh, oh! Sentí que se me apachurraba la pancita y el corazón. Lo invité a jugar y no quiso, dijo que tenía mucha hambre. Le dije que esperara ahí, corrí a la cocina a buscar algo y no vi nada, empecé a ladrar y Angie se acercó y me dio una galleta. La agarré con mi hocico y salí corriendo. Angie me siguió y me alcanzó justo cuando le di la galleta a Cachito.
¡Le pedí que ayudáramos al perrito! ¡Ladré con más fuerza que nunca con un doble guarf, guarf, guarf, guarf!
Mi amiguito seguía muy asustado, pero yo le dije que todo iba a estar bien. Angie lo dejó pasar a la casa, le revisó su patita, no era nada grave afortunadamente, luego lo bañó y le dio de comer.
De ratito parecía ser otro, ¡se veía muy guapo! y ya quiso jugar conmigo. Angie me dijo que había hecho unas llamadas, y que le había encontrado una familia que podía cuidarlo. Cachito se puso muy contento y dijo que yo era un angelito perruno, ¡me puse muy feliz, creo que este fue mi primer rescate de muuuuchos que pienso hacer para que todos los perritos tengan familia! ¡Guarf, guarf!